Giordano Bruno (1548-1600) fue un monje
dominico originario de Nápoles que, aunque no de forma del todo explícita, asumió
el reto social de acercar al hombre al Todo, proponiendo un camino que hiciera
del ser humano algo mejor, más virtuoso, ya sea desde su propuesta religiosa
hermético – neoplatónica con un denso contenido filosófico que cuestionaba al
cristianismo tradicional, o desde su propuesta mnemotécnica, que a fin de
cuentas es un intento por permitir al hombre acercarse a lo divino mediante sus
ideas, reflejo de las ideas de la divinidad.
La oposición más importante que
enfrentó Bruno fue la de la Iglesia, y a la larga le costaría la vida. Rechazó
una considerable parte de la fe católica (la trinidad, la divinidad de Cristo,
la transubstanciación, la virginidad de María) y apoyó una visión “herética”
que impulsaba la magia, la adivinación y la tradición mágica egipcia. Al
interior de su sistema, y por razones metafísicas más que científicas, Bruno
colocó la teoría copernicana, razón de burla más que de seria oposición en su
contra. Estas ideas le crearon dos principales frentes en los que tuvo que
combatir: la obvia oposición de la Iglesia católica, y la oposición secular a
sus ideas, ya fueran sus mecenas o los círculos académicos en que departió.
Su aportación teórica queda plasmada en
un complejo edificio filosófico que culmina la labor renacentista de retomar
elementos de la magia egipcia (Hermes Trismegisto), el Neoplatonismo, y algunos
elementos gnósticos y Orientales, pero a diferencia de otros pensadores
renacentistas, Giordano se negó a armonizar convenientemente dichas doctrinas
con el cristianismo tradicional. Su filosofía influyó a la de Spinoza y al
espíritu del Romanticismo alemán. También tiene cierta importancia el hecho de
apoyar la teoría heliocéntrica, que en su momento era digna de un descrédito
casi absoluto. Mas debe mencionarse que Bruno retomó la visión copernicana porque
embonaba en el panteísmo del universo infinito con una pluralidad de mundos.
Su contribución social, sin embargo,
escapa a su época. En cuanto a la ciencia, creo, siguiendo a Richard Pogge,
que: “No hay nada en sus escritos que haya contribuido a nuestro conocimiento
en astronomía de alguna forma sustancial, de hecho sus escritos astronómicos
revelan una pobre comprensión del tema en varios puntos importantes” (2004). Ni
su reforma religiosa ni sus pretensiones morales tuvieron efecto significativo
alguno. Sin embargo, quizá a partir del siglo XIX con la obra Bruno de Schelling, su historia empezó a
convertirse en ejemplo de compromiso intelectual libre al servicio de una causa
justa. Este mensaje que perdura hasta nuestros días es su principal
contribución social, una versión secular del heroico furor que creaba el “endiosamiento” bruniano.
La manera en que asumió su compromiso
moral e intelectual se ve en dos aspectos: por un lado, el constante huir ante
enemistades que se granjeaba a lo largo de su éxodo por Europa. En este sentido
disiento de Pogge, quien dice: “Sus acciones durante este periodo revelan el
sello mismo de la locura, siendo el repetido fracaso para actuar en su propio
interés incluso cuando había disponibles alternativas razonables” (2004). En
realidad, sus constantes desavenencias son signo de una férrea insistencia al
defender sus ideas y no ceder de forma hipócrita. Por otro lado, su juicio que
le llevó a la muerte en la hoguera también muestra ese compromiso moral e
intelectual. ¿Qué prueba más clara de dicho compromiso que morir por las ideas
que se defienden? Aunque tuvo la oportunidad de abjurar de su herejía y quizá
salvar la vida, decidió arrostrar la muerte antes que desdecirse.
Los tres significados que Sánchez Vázquez (2007) da
a la idea del compromiso se plasman de manera clara en la aportación teórica y
vivencial de Bruno:
1.
Consciente
del efecto social que quería lograr (en última instancia un hombre más cercano
a lo divino mediante un descubrimiento de su interioridad divina), su obra no
es ni inocente, pues posee una muy clara intencionalidad que fue desplazada por
la hegemonía de la Iglesia católica, ni neutra, pues implica una muy evidente crítica
que bebía de muy diversas fuentes.
2.
De
manera declarada pretendió nuestro filósofo crear una transformación de la
realidad, proponiendo un gran cambio moral: “El egipcianismo de Bruno es una
forma de religión paganizante, sobre la que él quisiera fundar una reforma
moral universal” (Reale y Antiseri, 2004, p. 151).
3.
A
pesar de que durante su éxodo se granjeó enemistades debido a su doctrina y, se
dice, a su personalidad, finalmente, al volver a Italia, confronta al tribunal
de la inquisición sin abandonar el núcleo de ideas que lo llevaron a tal
instancia, asumiendo la responsabilidad de los efectos ocasionados.
Hay un claro paralelismo en la vida de Bruno
y Sócrates: ambos vivieron predicando sus creencias y ambos lo hicieron incluso
ante la muerte. En cuanto a lo primero, es evidente que no gozaría de una gran
aceptación, al igual que Sócrates en las calles de Atenas. Bruno, al continuar
con el ímpetu renacentista de la magia hermética y el neoplatonismo (además de
no disimular su oposición al cristianismo ortodoxo), había renunciado a la
aceptación social en pro de su visión. Sin cejar en su empeño, nuestro pensador
produjo una dilatada obra e intentó influir en los círculos en que se desenvolvió
(academias y cortes), a pesar de que sus ideas fueran objeto de burla (la
defensa metafísica del copernicanismo) o plena oposición (panteísmo y
hermetismo). Estas ideas, como ya se dijo, fueron defendidas incluso cuando la
muerte se convirtió en el precio de dicha defensa.
Fuentes
Pogge, Richard W.
(2004). The folly of Giordano Bruno. SETI league. Disponible en: http://www.setileague.org/editor/brunoalt.htm
Reale, Giovanni y Antiseri, Dario (2004). Historia del pensamiento filosófico y
científico. Tomo II (4ª ed.). España: Herder.
Sánchez Vázquez, A. (2007). Ética y política. Cd. de México: FCE.
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