No veo ninguna utilidad en demandar, pensando concretamente en México, la legalización de la pena de muerte, pues creo que es un acto de irreflexión, ingenuidad y simpleza mental. He escuchado sus argumentos: “cuando una parte del cuerpo ha muerto, debe eliminarse para que no muera el cuerpo entero”. Y aunque la analogía entre le cuerpo y la sociedad no deja de ser sugerente, ignora completamente la circunstancia en que tal necrosis se ha dado. También apelan al sentimentalismo, excelente recurso cuando ya no hay argumentos: “cuando algún ser querido sea víctima de un secuestro o asesinato, entonces lo comprenderás”. La pena de muerte debería ser justicia, no vendetta.
Quitando del camino a los defensores carentes de agudeza mental, debemos pensar qué pasaría si en México hubiera pena de muerte. El sistema legal, como ya todos lo sabemos, es corrupto desde su mismo centro hasta la más externa de sus capas, por lo que se convertiría en una herramienta más para el uso de impartición de injusticia. Inocentes sentenciados a la inyección letal por la prevaricación del sistema sería el pan de cada día.
Pero hay otro motivo por el cual debemos rechazar la pena de muerte en nuestro país, bajo las condiciones en que se encuentra: el sistema es incapaz de proporcionar educación de calidad a su población (vaya, la educación pública se encuentra secuestrada por una cacique neofeudal); es incapaz de crear empleos de calidad y que no sean eventuales (y eso que estamos cerrando el sexenio del candidato del trabajo); es incapaz de independizar sus políticas financieras y económicas para invertir en los rubros que el pueblo realmente necesita; es incapaz de dar seguridad a una población en creciente inconformidad; es incapaz de gobernar para nadie más que las élites, los influyentes. Por todas estas carencias del sistema, del establishment mexicano, la pena de muerte se convertiría en un flagelo más, en otra fuente de injusticias como tantas ya hay hoy en día. A fin de cuentas, sería como crear delincuentes para después matarlos. Pero si el sistema no estuviera hecho para fabricar delincuentes y viviéramos en una sociedad en que existe un verdadero compromiso por la prevención del delito (desde sus cimientos mismos como sociedad y no desde los medios de comunicación, como hoy en día), entonces sí debería legalizarse la pena de muerte ante determinados crímenes.
¿Y la ética? El comportamiento ético requiere de la sociedad, del comportamiento social; y si un elemento de la sociedad ha incurrido en crímenes tan deleznables, tan grotescos e inhumanos, no veo por qué: a) el individuo deba ser juzgado como un igual (y por ende éticamente), y b) al segregar a un elemento no ético, la eticidad del grupo se vea menoscabada o afectada en forma alguna. Creo que si se ha eliminado el peligro de reducir la justicia en venganza, el ojo por ojo seguirá teniendo vigencia.
Y con todo esto dicho, no deja de ser tentadora la idea de juicios sumarios y pena de muerte para los criminales que hoy en día azotan a la nación… a fin de cuentas, si no hay poder humano que los rehabilite para vivir en sociedad, entonces regresémoselos a Dios con un sonoro: “¡No, gracias!”.
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