Para tratar de responder a esta compleja interrogante, debemos iniciar buscando la etimología de religión, y este concepto presenta desde aquí ciertas dificultades, pues existen varias teorías. Veamos:
1. Una primera opción, es que "religión" viene del vocablo latino religare, que significa volver a atar o atar con mayor fuerza. Esta teoría, aunque la más débil, es la que presenta una conceptualización más sana de nuestro vocablo "religión". Aquí "religión" nos indicaría el camino a partir del cual el hombre puede estrechar el lazo que lo une a Dios o a la divinidad (que no es lo mismo), ya sea que dicho lazo fue sólido alguna vez y debemos volver a buscar esa unión, o bien, que el hombre debe buscar siempre un acercamiento a Dios incrementando la estrechez de dicho lazo. Claro que esta es una interpretación en extremo libre…
2. Una segunda teoría nos remite al vocablo latino relegere, literalmente: volver a leer. Esta etimología propuesta por Cicerón hace referencia a la religión como aquello que debe releerse constantemente como forma de cerciorarse, o la religión como la constante lectura de textos sagrados. En este sentido, "religión" nos remite más a la idea de superstición y fidelidad hacia los deberes para con Dios.
3. Una tercera teoría nos lleva al adjetivo religiens, que significa "cuidadoso". En este caso podemos entender "religión" como la necesidad de obrar con cuidado respecto a la divinidad, ya sea por el temor a Dios (idea común a las religiones primitivas e incluso a las contemporáneas) o por la trascendencia de dicha relación. Religiens es opuesto a negligens, religioso será aquel carente de negligencia.
Esta tercera teoría parece la más correcta filológicamente, aunque no nos aclara mucho el concepto de "religión". En todo caso nos indica que la fe en una cierta creencia nos lleva a obrar con escrúpulo en relación con ella, o bien, que al tener la certeza de alguna verdad nos apegaremos a ella de forma “religiosa”. ¿Será la religión un fenómeno social que nos invite a obrar con extremo cuidado? ¿Obrará cuidadosamente la sociedad cuando se trata de cuestiones “religiosas”? Tratando de mantener estas tres etimologías en mente, analicemos dos sentidos, estrechamente ligados entre sí, que tiene hoy en día el término “religión”.
1. Sentido trascendente de religión. La religión puede concebirse como un conjunto de creencias y dogmas que definen las relaciones entre el hombre y lo divino. En este sentido, nos remitimos a un sentir único del ser humano por proyectar ciertos anhelos en algo que está más allá de él, en algo que lo trasciende: lo divino. Visto únicamente como fenómeno humano (sin preguntarnos por la existencia de lo divino), este sentido trascendente perdura desde el surgimiento del pensamiento mítico hasta la instauración de las grandes religiones institucionalizadas. Es la noción del hombre finito ante un todo que lo supera, lo abarca, lo envuelve. Es el impulso natural del hombre por buscar un macrocosmos del cuál formar parte, del cual sentirse pieza integral.
2. Sentido pragmático de religión. La religión aquí será el conjunto de prácticas y ritos específicos que pretenden llevar a cabo la unión trascendente buscada por el hombre. Es el modo empleado para buscar una efectiva integración hombre – divinidad; más allá de plantear creencias en algo que trasciende al hombre, se buscará la manera de unir esos dos polos. El pensamiento mágico primitivo que buscaba interferir en el cauce natural de los hechos da pie a este sentido de religión, en que lo natural puede intervenir activamente en lo sobrenatural.
Ambos sentido, aunque opuestos hasta cierto punto, se integran al compartir una misma finalidad: relacionar al hombre con lo divino. Ambos caminos son claramente diferenciables, aunque con el paso de los siglos (o milenios) se entrecruzan hasta formar verdaderos nudos, creando la ilusión óptica de un único camino que busca la relación entre el hombre y lo divino. Hagamos un intento por desenmarañar este lio.
Partamos del pensamiento mítico. El hombre primitivo (pensemos en los primeros Homo Sapiens), en su búsqueda por explicarse los fenómenos más inmediatos, como la lluvia, el día, la noche, etc., construye una explicación "causal" que inicia con la labor contemplativa, sigue con la capacidad de asombro y culmina con la explicación en sí. Dicha explicación era el contenido del pensamiento mítico primitivo y, usualmente, podía culminar en la idea de la divinidad. Pero llamar a esto explicación causal es aventurado, pues inherente al mito está su espíritu a-lógico, su postura a-teórica. Estas explicaciones no se relacionan con las teorías empíricas o científicas con que estamos tan familiarizados. La explicación del pensamiento mítico primitivo es más un descubrir que un explicar. Des – cubre misterios, los expone y los revela, pero se sabe incapaz de explicar, de teorizar sus causas últimas. Hasta aquí, estamos en el plano de la religión como religare. La unión con lo divino es algo que se intuye, que nace de lo más profundo del ser del hombre, pero no se racionaliza.
Por otro lado, y quizá al mismo tiempo, está el pensamiento mágico. La contemplación da pie al asombro y éste a la explicación; pero aquí ella cambia radicalmente. El cambio cualitativo de la explicación consiste en comprender que hay fenómenos sobre los cuáles se puede influir. Pensando en el surgir de las civilizaciones, hay enfermedades que se pueden curar, el fuego se puede crear, las semillas y los granos se pueden cultivar, el movimiento de los cuerpos celestes se puede medir y predecir… Del animismo a la técnica hay un cambio cualitativo cimentado en un proceso acumulativo. El pensamiento mágico no pretende exponer misterios, revelar lo oculto sino explicarlo, emplearlo. Era cuestión de tiempo para que la visión lógica causal y las teorizaciones empíricas nacieran de esta fuente. Aquí nos topamos con la religión como relegere. Leer y releer las fórmulas que nos permiten acercarnos a lo divino, dicha relación se racionaliza, se vuelve técnica. Ambas nociones, sin embargo no son excluyentes: se necesitan una a la otra. El hombre pecador sabe que orando, letanía tras letanía, alcanzará el perdón de Dios, siempre y cuando lo haga con verdadera fe. Hay una fórmula para alcanzar el perdón, pero no hay una explicación para este misterio.
Esta integración de lo misterioso y práctico en lo divino, es lo que plasma nuestra tercera etimología: religiens. Es preciso obrar con cuidado, pues aún perdura lo oculto en la relación hombre – divinidad. La negligencia aparecería cuando la religión se vuelva una mera técnica, una práctica desprovista de misterio, una cadena cuyo último eslabón pierda su sentido de “oculto”. Entonces la religión dejaría de ser tal y se convertiría en "negligión"...
viernes, 13 de noviembre de 2009
jueves, 12 de noviembre de 2009
Sobre las prácticas absurdas e irracionales
Entrada no tan breve. Uno de los “cientos” de comentarios dejados me ha invitado a reflexionar sobre el por qué etiquetar como absurdo e irracional un fenómeno social dado. Considero que la afirmación que no va acompañada de argumento se queda en el limbo de las opiniones, por ello, es prioritario insertar una breve argumentación al respecto.
No con facilidad se tilda de absurda e irracional una práctica social, pues como muchas (que no todas) de las prácticas institucionalizadas forman un eje que conforma y estructura a nuestra sociedad. Sin embargo, desde luego que se ha vuelto una práctica superficial y alejada de su finalidad intrínseca, lo cual, por definición es absurdo. Realizar la acción "x" con la finalidad declarada de alcanzar el objetivo "y" a pesar de saber que dicho objetivo no se alcanza a través de "x"… Esto es absurdo. ¿Qué ser es aquel que recorre un camino esperando alcanzar un punto fijo, aun sabiendo que dicho punto no es el destino del camino elegido? El ser que se guía por el rumbo de la manada ignorando a la razón. Como decía Sartre, el pensamiento de grupo es en sí mismo la renuncia a la razón.
¿Cuáles son estas prácticas institucionalizadas? El matrimonio es una, pero ahí está su contraparte, el divorcio; las múltiples celebraciones huecas y banales (desde navidad hasta… el día del “trabajo”); la religión; la tolerancia; las buenas maneras… En fin, ya habrá tiempo de abordarlas y analizarlas. El punto es que el ser humano ha perdido el sentido de orientación al verse rodeado por este constructo imaginario que lo irracionaliza, además de cosificarlo y entumecerle el sentido heroico de la existencia. Y todo esto, si nos preguntamos por el verdadero sentido del Hombre y de su Ser, es muestra de irracionalidad, de, como diría Oswald Spengler, la decadencia de Occidente (no porque Oriente esté mejor, sino por el eterno eurocentrismo). Pero ya habrá tiempo (también) de acercarnos a ese verdadero sentido del Hombre y de su Ser.
¿Uno de los efectos de estas prácticas institucionalizadas? La tolerancia: uno de los más terribles males de nuestro tiempo. Toleremos esto, aquello y lo otro, pues su postura es tan válida como cualquier otra. ¡Subjetivicemos al mundo, pues en gustos se rompen géneros! El mundo es objetivo en sí mismo, es nuestra mirada temerosa, cobarde o superficial la que crea el maremágnum de opiniones, y, no faltaba más, una justificación para cada una. De ahí la necesidad de describir al mundo, de desnudarle en su miseria. De acercarse fenomenológicamente a lo que es, y dejar de lado aquello que está minando el verdadero sentido del Hombre y de su Ser.
No con facilidad se tilda de absurda e irracional una práctica social, pues como muchas (que no todas) de las prácticas institucionalizadas forman un eje que conforma y estructura a nuestra sociedad. Sin embargo, desde luego que se ha vuelto una práctica superficial y alejada de su finalidad intrínseca, lo cual, por definición es absurdo. Realizar la acción "x" con la finalidad declarada de alcanzar el objetivo "y" a pesar de saber que dicho objetivo no se alcanza a través de "x"… Esto es absurdo. ¿Qué ser es aquel que recorre un camino esperando alcanzar un punto fijo, aun sabiendo que dicho punto no es el destino del camino elegido? El ser que se guía por el rumbo de la manada ignorando a la razón. Como decía Sartre, el pensamiento de grupo es en sí mismo la renuncia a la razón.
¿Cuáles son estas prácticas institucionalizadas? El matrimonio es una, pero ahí está su contraparte, el divorcio; las múltiples celebraciones huecas y banales (desde navidad hasta… el día del “trabajo”); la religión; la tolerancia; las buenas maneras… En fin, ya habrá tiempo de abordarlas y analizarlas. El punto es que el ser humano ha perdido el sentido de orientación al verse rodeado por este constructo imaginario que lo irracionaliza, además de cosificarlo y entumecerle el sentido heroico de la existencia. Y todo esto, si nos preguntamos por el verdadero sentido del Hombre y de su Ser, es muestra de irracionalidad, de, como diría Oswald Spengler, la decadencia de Occidente (no porque Oriente esté mejor, sino por el eterno eurocentrismo). Pero ya habrá tiempo (también) de acercarnos a ese verdadero sentido del Hombre y de su Ser.
¿Uno de los efectos de estas prácticas institucionalizadas? La tolerancia: uno de los más terribles males de nuestro tiempo. Toleremos esto, aquello y lo otro, pues su postura es tan válida como cualquier otra. ¡Subjetivicemos al mundo, pues en gustos se rompen géneros! El mundo es objetivo en sí mismo, es nuestra mirada temerosa, cobarde o superficial la que crea el maremágnum de opiniones, y, no faltaba más, una justificación para cada una. De ahí la necesidad de describir al mundo, de desnudarle en su miseria. De acercarse fenomenológicamente a lo que es, y dejar de lado aquello que está minando el verdadero sentido del Hombre y de su Ser.
viernes, 30 de octubre de 2009
Sobre los discapacitados
Entrada breve. Desde hace algunos años se viene haciendo muy común el considerar la palabra “discapacitado” como una ofensa para las personas que padecen algún impedimento físico. En su lugar se nos invita a referirnos a ellos como personas con capacidades diferentes.
¿Qué capacidades diferentes son esas? ¿Un invidente posee la capacidad diferente de no ver? ¿O posee la capacidad diferente de desarrollar un mejor olfato y un mejor oído? El llamarles discapacitados no es peyorativo, sino emplear a la mayoría como medida estándar al momento de pensar en capacidades.
El mismo término de “discapacitado” sustituyó al de “minusválido”, el cual, obviamente sí posee un claro significado peyorativo pues nos indica que posee menos valor (minus – válido).
¿Qué capacidades diferentes son esas? ¿Un invidente posee la capacidad diferente de no ver? ¿O posee la capacidad diferente de desarrollar un mejor olfato y un mejor oído? El llamarles discapacitados no es peyorativo, sino emplear a la mayoría como medida estándar al momento de pensar en capacidades.
El mismo término de “discapacitado” sustituyó al de “minusválido”, el cual, obviamente sí posee un claro significado peyorativo pues nos indica que posee menos valor (minus – válido).
jueves, 29 de octubre de 2009
Sobre el Matrimonio
Hace no mucho me vi en la “necesidad” de asistir a uno de esos eventos sociales que llamamos Bodas. Este evento representa la unión amorosa de dos seres ante la sociedad en general, ante los seres queridos si queremos reducir la esfera de los interesados. La pregunta clave debe ser: ¿por qué la gente decide casarse? Se me ocurren varias respuestas:
1. Porque la influencia de Hollywood y/o de las telenovelas manipula las maleables mentes de las jovencitas, quienes creen que después de contraer nupcias, su príncipe azul las hará felices por el resto de sus días.
2. Porque la sagrada y bendita tradición familiar (que por cierto se fundamenta en la no menos sagrada y bendita tradición religiosa (católica en el caso de México)) dice que así debe ser. Cualquier otra cosa es una afrenta para el honor de la familia…
3. Porque algunas mentes ingenuas creen que Dios se molestará si no lo hacen y arderán en las llamas de los infiernos…
4. Porque creen (no sé exactamente por qué) que todo ser humano debe seguir la famosa ley universal embarazo-matrimonio: si mi vieja sale embarazada, ya me chingué y tenemos que casarnos.
5. Porque la gente es estúpida. Mujeres que sueñan con ponerse su vestidito blanco que las hará verse divinas, o caminar por el pasillo repleto de bellas flores mientras toooodo el mundo las ve y las admira en su pulcra belleza. Mujeres que sueñan con una fiesta digna de un cuento de hadas, o con una luna de miel también digna de un cuento de hadas. Hombres con un muy bajo nivel de asertividad, incapaces de decir: No.
Cualquiera que sea la razón, me vi en la dichosa oportunidad de asistir a uno de estos maravillosos eventos en que el hombre y la mujer (aunque los diversos sexualmente están cambiando este detalle) inician su recorrido en común en busca de la felicidad y de la integración en un mismo Ser: el Nosotros, o sea, esposo y esposa. La boda (que por cierto viene del latín vota: voto o promesa) en cuestión tenía una peculiar característica: la infidelidad de parte de ella (no sé si también de él) incluso antes del Gran Mágico Día. Entiendo que uno de los objetos (las arras, los anillos u otro de los 372) que intercambian durante la bella ceremonia significa “fidelidad”… Pero qué importan estos detallitos cuando la anhelada felicidad está tan cerca.
Y después de una memorable ceremonia llena de sacralidad y ornato, tuve la oportunidad de gozar de una maravillosa fiesta para celebrar el profundo amor de esta dichosa pareja. ¿Quién estableció la agenda de estas fiestas? ¿Qué mente brillante fijó tan bellas costumbres? Ante todo están los comensales con los que te verás obligado a departir, lo cual obedece a una sencilla ley: la cantidad de extraños que compartirán mesa contigo es inversamente proporcional al grado de cercanía que tienes con la afortunada pareja protagonista. Para mi infortunio, mi grado de cercanía tanto con el novio como con la novia era nulo.
Ante la falta de plática y ambiente en este tipo de mesas, es preciso preparar una serie de temas para discutir con tu acompañante. Lamentablemente esto no suele funcionar pues en estos eventos gozamos de bella música popular para amenizar el momento, música que amablemente invita a no charlar, o bien, establecer civilizadas conversaciones por medio de gritos.
Después viene El Grupo (versátil, desde luego). Una afortunada combinación de talento musical y dotes humorísticos suele apropiarse del escenario para beneplácito de los invitados. Desde luego, el grupo ameniza el evento haciendo gala de un variado y amplio repertorio, mostrando un exquisito, refinado y conocedor gusto musical.
Para estas alturas uno se ve en la necesidad de refugiarse en la botana y las bebidas (no que sea alcohólico ni mucho menos, claro está). Éstas últimas, por cierto, suelen limitarse al típico tequila (obvio, estamos en México… ¿qué otra cosa deberíamos beber?) y un ron o un brandy…
Entonces llega el momento en que uno, en su muy necia ingenuidad, cree que desquitará el martirio y sacará algo de provecho en el día perdido (aaaahhhh, porque las bodas le dan en la madre al día entero. Tomando en cuenta que se buscan el templo más apartado de la civilización y el lugar para la fiesta ni siquiera suele estar en la ciudad, el festejo ajeno te robará ocho horas, más o menos). El momento de desquitar, decía: la comida (o cena, según sea el caso). Pero en las bodas, la comida suele ser una muy pequeña y pretenciosa porción de insípido alimento. Esta falta de sabor suele ser sustituida por la bella presentación de los alimentos en el plato: una verdadera obra de arte. Entiendo que la alta cocina pone especial cuidado en la apariencia de los alimentos, tradición que debe remontarse a los cocineros que trabajaban en cortes reales, para emperadores, sultanes, sátrapas y reyes. De igual manera, cada platillo debe ser somero para guardar el decoro. Este es el tipo de convenciones sociales que me hacen pensar en la proverbial e irremediable estupidez del ser humano…
Ante ese lamentable espectáculo culinario, recurrí a lo obvio: solicité atentamente un platillo para niños. Como los niños no están del todo esclavizados por las absurdas convenciones sociales, pueden comer (al menos en este caso) una apetitosa hamburguesa con papas a la francesa. Aunque el atento mesero encontró mi pedido extravagante (por decir lo menos), y no sin algo de resistencia, finalmente pude compartir el menú de los infantes. Dichosos ellos que desconocen el terrible mundo de los usos y costumbres propios del adulto…
Claro que una boda sin baile, no sería boda. Ahí radica la única razón por la que los grupos versátiles son perfectamente tolerados por la inmensa mayoría en estos eventos sociales: el acto de bailar, en realidad, es independiente de la música en sí (el baile como acto social, porque como actividad individual o acto ritual es diferente). No importa lo deplorable que sea la música, lo importante es pararse, moverse y sudar para expresar sólo Dios sabe qué. Yo, como todo filósofo (bueno, no todos, pero la mayoría) y hombre de baja tolerancia a los actos masivos, observé el absurdo espectáculo preguntándome: ¿cuál es la diversión de este acto? Hasta la fecha sigo sin encontrar respuesta…
Finalmente viene el incómodo momento en que debe uno felicitar a la feliz pareja. Si son conocidos, amigos o parientes no hay incomodidad alguna, pero si son perfectos desconocidos (como fue el caso), es inevitable tomar conciencia del acto de hipocresía que se avecina: felicitar por algo que uno no relaciona con la felicidad. Dado que en estos eventos la forma es lo más importante, no queda más que ejercer nuestro derecho a fingir y felicitar a los recién nombrados marido y mujer y agradecer por invitarnos a tan maravilloso evento.
Matrimonio. Gran parte de la sociedad tiene la idea de que el matrimonio es parte del proceso natural de crecimiento en el ser humano. ¡Pobrecitos de los “quedados”! – dicen los más. Todavía hay quienes se extrañan ante la afirmación de que el matrimonio es una mera formalidad carente de valor por sí mismo. Lo que le otorga su importancia es el compromiso y amor que supuestamente lo inspira, pero la tasa de divorcio y la abrumadora frecuencia con que la infidelidad se presenta en los matrimonios (la etimología misma nos indica esto: matri – madre, monio – uno; en el matrimonio hay una sola madre de la descendencia, pero amantes…) nos muestra que la premisa es errónea (al menos en la mayoría de los casos): compromiso y amor no es la causa del matrimonio, sino un anexo que, en afortunadas ocasiones va incluido. Puede ser un error de juventud, un acto de desesperación, un contrato por intereses materiales o de otro tipo, pero escaso es el matrimonio fruto del verdadero amor… Y después viene lo absurdo de la institución ante la cual creas el matrimonio: el Estado, en el caso de una boda civil o la Iglesia si la boda es religiosa. Ambas instituciones son una carcasa corrupta ante las cuales hacer un juramento solemne es, cuando menos, ridículo. Si alguien es lo suficientemente afortunado como para encontrar a alguien a quien amar y ser correspondido, lo único que el sentido común nos dicta hacer es: amar. Cualquier otra cosa no es más que un artificio monstruoso creado por la decadente sociedad…
1. Porque la influencia de Hollywood y/o de las telenovelas manipula las maleables mentes de las jovencitas, quienes creen que después de contraer nupcias, su príncipe azul las hará felices por el resto de sus días.
2. Porque la sagrada y bendita tradición familiar (que por cierto se fundamenta en la no menos sagrada y bendita tradición religiosa (católica en el caso de México)) dice que así debe ser. Cualquier otra cosa es una afrenta para el honor de la familia…
3. Porque algunas mentes ingenuas creen que Dios se molestará si no lo hacen y arderán en las llamas de los infiernos…
4. Porque creen (no sé exactamente por qué) que todo ser humano debe seguir la famosa ley universal embarazo-matrimonio: si mi vieja sale embarazada, ya me chingué y tenemos que casarnos.
5. Porque la gente es estúpida. Mujeres que sueñan con ponerse su vestidito blanco que las hará verse divinas, o caminar por el pasillo repleto de bellas flores mientras toooodo el mundo las ve y las admira en su pulcra belleza. Mujeres que sueñan con una fiesta digna de un cuento de hadas, o con una luna de miel también digna de un cuento de hadas. Hombres con un muy bajo nivel de asertividad, incapaces de decir: No.
Cualquiera que sea la razón, me vi en la dichosa oportunidad de asistir a uno de estos maravillosos eventos en que el hombre y la mujer (aunque los diversos sexualmente están cambiando este detalle) inician su recorrido en común en busca de la felicidad y de la integración en un mismo Ser: el Nosotros, o sea, esposo y esposa. La boda (que por cierto viene del latín vota: voto o promesa) en cuestión tenía una peculiar característica: la infidelidad de parte de ella (no sé si también de él) incluso antes del Gran Mágico Día. Entiendo que uno de los objetos (las arras, los anillos u otro de los 372) que intercambian durante la bella ceremonia significa “fidelidad”… Pero qué importan estos detallitos cuando la anhelada felicidad está tan cerca.
Y después de una memorable ceremonia llena de sacralidad y ornato, tuve la oportunidad de gozar de una maravillosa fiesta para celebrar el profundo amor de esta dichosa pareja. ¿Quién estableció la agenda de estas fiestas? ¿Qué mente brillante fijó tan bellas costumbres? Ante todo están los comensales con los que te verás obligado a departir, lo cual obedece a una sencilla ley: la cantidad de extraños que compartirán mesa contigo es inversamente proporcional al grado de cercanía que tienes con la afortunada pareja protagonista. Para mi infortunio, mi grado de cercanía tanto con el novio como con la novia era nulo.
Ante la falta de plática y ambiente en este tipo de mesas, es preciso preparar una serie de temas para discutir con tu acompañante. Lamentablemente esto no suele funcionar pues en estos eventos gozamos de bella música popular para amenizar el momento, música que amablemente invita a no charlar, o bien, establecer civilizadas conversaciones por medio de gritos.
Después viene El Grupo (versátil, desde luego). Una afortunada combinación de talento musical y dotes humorísticos suele apropiarse del escenario para beneplácito de los invitados. Desde luego, el grupo ameniza el evento haciendo gala de un variado y amplio repertorio, mostrando un exquisito, refinado y conocedor gusto musical.
Para estas alturas uno se ve en la necesidad de refugiarse en la botana y las bebidas (no que sea alcohólico ni mucho menos, claro está). Éstas últimas, por cierto, suelen limitarse al típico tequila (obvio, estamos en México… ¿qué otra cosa deberíamos beber?) y un ron o un brandy…
Entonces llega el momento en que uno, en su muy necia ingenuidad, cree que desquitará el martirio y sacará algo de provecho en el día perdido (aaaahhhh, porque las bodas le dan en la madre al día entero. Tomando en cuenta que se buscan el templo más apartado de la civilización y el lugar para la fiesta ni siquiera suele estar en la ciudad, el festejo ajeno te robará ocho horas, más o menos). El momento de desquitar, decía: la comida (o cena, según sea el caso). Pero en las bodas, la comida suele ser una muy pequeña y pretenciosa porción de insípido alimento. Esta falta de sabor suele ser sustituida por la bella presentación de los alimentos en el plato: una verdadera obra de arte. Entiendo que la alta cocina pone especial cuidado en la apariencia de los alimentos, tradición que debe remontarse a los cocineros que trabajaban en cortes reales, para emperadores, sultanes, sátrapas y reyes. De igual manera, cada platillo debe ser somero para guardar el decoro. Este es el tipo de convenciones sociales que me hacen pensar en la proverbial e irremediable estupidez del ser humano…
Ante ese lamentable espectáculo culinario, recurrí a lo obvio: solicité atentamente un platillo para niños. Como los niños no están del todo esclavizados por las absurdas convenciones sociales, pueden comer (al menos en este caso) una apetitosa hamburguesa con papas a la francesa. Aunque el atento mesero encontró mi pedido extravagante (por decir lo menos), y no sin algo de resistencia, finalmente pude compartir el menú de los infantes. Dichosos ellos que desconocen el terrible mundo de los usos y costumbres propios del adulto…
Claro que una boda sin baile, no sería boda. Ahí radica la única razón por la que los grupos versátiles son perfectamente tolerados por la inmensa mayoría en estos eventos sociales: el acto de bailar, en realidad, es independiente de la música en sí (el baile como acto social, porque como actividad individual o acto ritual es diferente). No importa lo deplorable que sea la música, lo importante es pararse, moverse y sudar para expresar sólo Dios sabe qué. Yo, como todo filósofo (bueno, no todos, pero la mayoría) y hombre de baja tolerancia a los actos masivos, observé el absurdo espectáculo preguntándome: ¿cuál es la diversión de este acto? Hasta la fecha sigo sin encontrar respuesta…
Finalmente viene el incómodo momento en que debe uno felicitar a la feliz pareja. Si son conocidos, amigos o parientes no hay incomodidad alguna, pero si son perfectos desconocidos (como fue el caso), es inevitable tomar conciencia del acto de hipocresía que se avecina: felicitar por algo que uno no relaciona con la felicidad. Dado que en estos eventos la forma es lo más importante, no queda más que ejercer nuestro derecho a fingir y felicitar a los recién nombrados marido y mujer y agradecer por invitarnos a tan maravilloso evento.
Matrimonio. Gran parte de la sociedad tiene la idea de que el matrimonio es parte del proceso natural de crecimiento en el ser humano. ¡Pobrecitos de los “quedados”! – dicen los más. Todavía hay quienes se extrañan ante la afirmación de que el matrimonio es una mera formalidad carente de valor por sí mismo. Lo que le otorga su importancia es el compromiso y amor que supuestamente lo inspira, pero la tasa de divorcio y la abrumadora frecuencia con que la infidelidad se presenta en los matrimonios (la etimología misma nos indica esto: matri – madre, monio – uno; en el matrimonio hay una sola madre de la descendencia, pero amantes…) nos muestra que la premisa es errónea (al menos en la mayoría de los casos): compromiso y amor no es la causa del matrimonio, sino un anexo que, en afortunadas ocasiones va incluido. Puede ser un error de juventud, un acto de desesperación, un contrato por intereses materiales o de otro tipo, pero escaso es el matrimonio fruto del verdadero amor… Y después viene lo absurdo de la institución ante la cual creas el matrimonio: el Estado, en el caso de una boda civil o la Iglesia si la boda es religiosa. Ambas instituciones son una carcasa corrupta ante las cuales hacer un juramento solemne es, cuando menos, ridículo. Si alguien es lo suficientemente afortunado como para encontrar a alguien a quien amar y ser correspondido, lo único que el sentido común nos dicta hacer es: amar. Cualquier otra cosa no es más que un artificio monstruoso creado por la decadente sociedad…
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Matrimonio,
Prácticas sociales
Sobre el nombre del Blog…
Más de una vez me han dicho que suelo ser muy irónico. O que mis comentarios son muy sarcásticos. Yo, sin embargo, me considero ante todo un cínico. La ironía y el sarcasmo se dan por natural añadidura…
Pero, ¿qué es la ironía? Es una burla fina y disimulada; es decir lo contrario de lo que se quiere dar a entender pero, de alguna manera (tono, gesto o antecedente) insinuar la verdadera intensión. En este sentido, la ironía es requisito indispensable como herramienta analítica. La realidad decadente en que nos encontramos, el mundo contradictorio que nos abruma o nos moldea, nos invita constantemente (si no es que en todo momento) a burlarnos de ella. Pero para evitar atentar contra las susceptibilidades de algunos o para no picarle la cresta a las inseguridades de muchos, mejor ser disimulados y precavidos.
Un maestro en este arte fue Sócrates, el famoso filósofo griego, a quien se le considera creador de la ironía socrática. Más que un método, era el modo en que procedía en cada una de sus charlas callejeras, a partir de las cuales podemos extraer toda su filosofía. Ridiculizaba a su interlocutor llevando sus argumentos al absurdo. Desafortunadamente, tal costumbre le acabó costando la vida… Gajes del oficio, supongo.
Por otra parte tenemos el sarcasmo, que va más allá de la burla y se convierte en insulto que humilla y ofende. Digamos que es una ironía a la n potencia. Y dado que el adefesio de mundo que hemos creado, en muchas ocasiones (demasiadas…) va más allá de contradictorio y se convierte en opresivo y alienante, la ironía no es suficiente y debemos recurrir al sarcasmo. Mientras que ironía viene del griego εἰρωνείa, que significa metáfora, sarcasmo proviene también del griego σαρκασµος, y significa carne rasgada. La etimología nos indica la enorme diferencia entre las dos ideas. Con la ironía buscamos una forma disimulada de decir verdades, deslizamos significados ocultos bajo el tenue manto de lo políticamente correcto. Con el sarcasmo se busca la ofensa, lo más directa posible sin caer en el descaro y la desfachatez…
Lo que me lleva al cinismo. Hoy en día llamamos cínico a aquel que hace alarde de no creer en la rectitud ni en la sinceridad, pues son más producto de la hipocresía que de valores fuertemente cimentados y racionalizados. Cínico es aquel que muestra desvergüenza o descaro en el mentir o en la defensa y práctica de actitudes reprochables. Inmerso en un mundo de antivalores y escasez de raciocinio, el cínico denuncia esto sin disimulo ni vergüenza; la ironía y el sarcasmo son sólo herramientas útiles que el cínico se apropia.
Históricamente, el cinismo fue una corriente filosófica que nació durante el Helenismo y postula que el único fin del hombre es la felicidad y ésta consiste en la virtud. Fuera de ella no existen bienes, de ahí su desprecio por comodidades, bienestares efímeros, placeres, y la ostentación del más radical desprecio por las convenciones humanas. Al ser tan críticos de las superficiales costumbres de la sociedad, se les empezó a llamar los perros (del griego κυων, kyon, perro), sobrenombre que adoptaron gustosos.
Aunque no considero rescatable el ideario cínico en general, concibo su concepción del hombre y de la sociedad como aplicable a nuestra realidad del siglo XXI (24 siglos después del cinismo). El ser humano es deplorable y misérrimo (ya sea por naturaleza o por coacción) y aunque siempre es válido el crear proyecciones utopistas, éstas son banas si el idealismo nos ofusca de forma que ignoramos la realidad misma. Antes de plantearnos cómo debería ser el hombre y cómo debería ser el mundo, debemos enfrentar aquello que es el hombre y esa pocilga que llamamos mundo…
Pero, ¿qué es la ironía? Es una burla fina y disimulada; es decir lo contrario de lo que se quiere dar a entender pero, de alguna manera (tono, gesto o antecedente) insinuar la verdadera intensión. En este sentido, la ironía es requisito indispensable como herramienta analítica. La realidad decadente en que nos encontramos, el mundo contradictorio que nos abruma o nos moldea, nos invita constantemente (si no es que en todo momento) a burlarnos de ella. Pero para evitar atentar contra las susceptibilidades de algunos o para no picarle la cresta a las inseguridades de muchos, mejor ser disimulados y precavidos.
Un maestro en este arte fue Sócrates, el famoso filósofo griego, a quien se le considera creador de la ironía socrática. Más que un método, era el modo en que procedía en cada una de sus charlas callejeras, a partir de las cuales podemos extraer toda su filosofía. Ridiculizaba a su interlocutor llevando sus argumentos al absurdo. Desafortunadamente, tal costumbre le acabó costando la vida… Gajes del oficio, supongo.
Por otra parte tenemos el sarcasmo, que va más allá de la burla y se convierte en insulto que humilla y ofende. Digamos que es una ironía a la n potencia. Y dado que el adefesio de mundo que hemos creado, en muchas ocasiones (demasiadas…) va más allá de contradictorio y se convierte en opresivo y alienante, la ironía no es suficiente y debemos recurrir al sarcasmo. Mientras que ironía viene del griego εἰρωνείa, que significa metáfora, sarcasmo proviene también del griego σαρκασµος, y significa carne rasgada. La etimología nos indica la enorme diferencia entre las dos ideas. Con la ironía buscamos una forma disimulada de decir verdades, deslizamos significados ocultos bajo el tenue manto de lo políticamente correcto. Con el sarcasmo se busca la ofensa, lo más directa posible sin caer en el descaro y la desfachatez…
Lo que me lleva al cinismo. Hoy en día llamamos cínico a aquel que hace alarde de no creer en la rectitud ni en la sinceridad, pues son más producto de la hipocresía que de valores fuertemente cimentados y racionalizados. Cínico es aquel que muestra desvergüenza o descaro en el mentir o en la defensa y práctica de actitudes reprochables. Inmerso en un mundo de antivalores y escasez de raciocinio, el cínico denuncia esto sin disimulo ni vergüenza; la ironía y el sarcasmo son sólo herramientas útiles que el cínico se apropia.
Históricamente, el cinismo fue una corriente filosófica que nació durante el Helenismo y postula que el único fin del hombre es la felicidad y ésta consiste en la virtud. Fuera de ella no existen bienes, de ahí su desprecio por comodidades, bienestares efímeros, placeres, y la ostentación del más radical desprecio por las convenciones humanas. Al ser tan críticos de las superficiales costumbres de la sociedad, se les empezó a llamar los perros (del griego κυων, kyon, perro), sobrenombre que adoptaron gustosos.
Aunque no considero rescatable el ideario cínico en general, concibo su concepción del hombre y de la sociedad como aplicable a nuestra realidad del siglo XXI (24 siglos después del cinismo). El ser humano es deplorable y misérrimo (ya sea por naturaleza o por coacción) y aunque siempre es válido el crear proyecciones utopistas, éstas son banas si el idealismo nos ofusca de forma que ignoramos la realidad misma. Antes de plantearnos cómo debería ser el hombre y cómo debería ser el mundo, debemos enfrentar aquello que es el hombre y esa pocilga que llamamos mundo…
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