viernes, 13 de noviembre de 2009

¿Qué es la Religión?

Para tratar de responder a esta compleja interrogante, debemos iniciar buscando la etimología de religión, y este concepto presenta desde aquí ciertas dificultades, pues existen varias teorías. Veamos:


1. Una primera opción, es que "religión" viene del vocablo latino religare, que significa volver a atar o atar con mayor fuerza. Esta teoría, aunque la más débil, es la que presenta una conceptualización más sana de nuestro vocablo "religión". Aquí "religión" nos indicaría el camino a partir del cual el hombre puede estrechar el lazo que lo une a Dios o a la divinidad (que no es lo mismo), ya sea que dicho lazo fue sólido alguna vez y debemos volver a buscar esa unión, o bien, que el hombre debe buscar siempre un acercamiento a Dios incrementando la estrechez de dicho lazo. Claro que esta es una interpretación en extremo libre…

2. Una segunda teoría nos remite al vocablo latino relegere, literalmente: volver a leer. Esta etimología propuesta por Cicerón hace referencia a la religión como aquello que debe releerse constantemente como forma de cerciorarse, o la religión como la constante lectura de textos sagrados. En este sentido, "religión" nos remite más a la idea de superstición y fidelidad hacia los deberes para con Dios.

3. Una tercera teoría nos lleva al adjetivo religiens, que significa "cuidadoso". En este caso podemos entender "religión" como la necesidad de obrar con cuidado respecto a la divinidad, ya sea por el temor a Dios (idea común a las religiones primitivas e incluso a las contemporáneas) o por la trascendencia de dicha relación. Religiens es opuesto a negligens, religioso será aquel carente de negligencia.

Esta tercera teoría parece la más correcta filológicamente, aunque no nos aclara mucho el concepto de "religión". En todo caso nos indica que la fe en una cierta creencia nos lleva a obrar con escrúpulo en relación con ella, o bien, que al tener la certeza de alguna verdad nos apegaremos a ella de forma “religiosa”. ¿Será la religión un fenómeno social que nos invite a obrar con extremo cuidado? ¿Obrará cuidadosamente la sociedad cuando se trata de cuestiones “religiosas”? Tratando de mantener estas tres etimologías en mente, analicemos dos sentidos, estrechamente ligados entre sí, que tiene hoy en día el término “religión”.

1. Sentido trascendente de religión. La religión puede concebirse como un conjunto de creencias y dogmas que definen las relaciones entre el hombre y lo divino. En este sentido, nos remitimos a un sentir único del ser humano por proyectar ciertos anhelos en algo que está más allá de él, en algo que lo trasciende: lo divino. Visto únicamente como fenómeno humano (sin preguntarnos por la existencia de lo divino), este sentido trascendente perdura desde el surgimiento del pensamiento mítico hasta la instauración de las grandes religiones institucionalizadas. Es la noción del hombre finito ante un todo que lo supera, lo abarca, lo envuelve. Es el impulso natural del hombre por buscar un macrocosmos del cuál formar parte, del cual sentirse pieza integral.

2. Sentido pragmático de religión. La religión aquí será el conjunto de prácticas y ritos específicos que pretenden llevar a cabo la unión trascendente buscada por el hombre. Es el modo empleado para buscar una efectiva integración hombre – divinidad; más allá de plantear creencias en algo que trasciende al hombre, se buscará la manera de unir esos dos polos. El pensamiento mágico primitivo que buscaba interferir en el cauce natural de los hechos da pie a este sentido de religión, en que lo natural puede intervenir activamente en lo sobrenatural.

Ambos sentido, aunque opuestos hasta cierto punto, se integran al compartir una misma finalidad: relacionar al hombre con lo divino. Ambos caminos son claramente diferenciables, aunque con el paso de los siglos (o milenios) se entrecruzan hasta formar verdaderos nudos, creando la ilusión óptica de un único camino que busca la relación entre el hombre y lo divino. Hagamos un intento por desenmarañar este lio.

Partamos del pensamiento mítico. El hombre primitivo (pensemos en los primeros Homo Sapiens), en su búsqueda por explicarse los fenómenos más inmediatos, como la lluvia, el día, la noche, etc., construye una explicación "causal" que inicia con la labor contemplativa, sigue con la capacidad de asombro y culmina con la explicación en sí. Dicha explicación era el contenido del pensamiento mítico primitivo y, usualmente, podía culminar en la idea de la divinidad. Pero llamar a esto explicación causal es aventurado, pues inherente al mito está su espíritu a-lógico, su postura a-teórica. Estas explicaciones no se relacionan con las teorías empíricas o científicas con que estamos tan familiarizados. La explicación del pensamiento mítico primitivo es más un descubrir que un explicar. Des – cubre misterios, los expone y los revela, pero se sabe incapaz de explicar, de teorizar sus causas últimas. Hasta aquí, estamos en el plano de la religión como religare. La unión con lo divino es algo que se intuye, que nace de lo más profundo del ser del hombre, pero no se racionaliza.

Por otro lado, y quizá al mismo tiempo, está el pensamiento mágico. La contemplación da pie al asombro y éste a la explicación; pero aquí ella cambia radicalmente. El cambio cualitativo de la explicación consiste en comprender que hay fenómenos sobre los cuáles se puede influir. Pensando en el surgir de las civilizaciones, hay enfermedades que se pueden curar, el fuego se puede crear, las semillas y los granos se pueden cultivar, el movimiento de los cuerpos celestes se puede medir y predecir… Del animismo a la técnica hay un cambio cualitativo cimentado en un proceso acumulativo. El pensamiento mágico no pretende exponer misterios, revelar lo oculto sino explicarlo, emplearlo. Era cuestión de tiempo para que la visión lógica causal y las teorizaciones empíricas nacieran de esta fuente. Aquí nos topamos con la religión como relegere. Leer y releer las fórmulas que nos permiten acercarnos a lo divino, dicha relación se racionaliza, se vuelve técnica. Ambas nociones, sin embargo no son excluyentes: se necesitan una a la otra. El hombre pecador sabe que orando, letanía tras letanía, alcanzará el perdón de Dios, siempre y cuando lo haga con verdadera fe. Hay una fórmula para alcanzar el perdón, pero no hay una explicación para este misterio.

Esta integración de lo misterioso y práctico en lo divino, es lo que plasma nuestra tercera etimología: religiens. Es preciso obrar con cuidado, pues aún perdura lo oculto en la relación hombre – divinidad. La negligencia aparecería cuando la religión se vuelva una mera técnica, una práctica desprovista de misterio, una cadena cuyo último eslabón pierda su sentido de “oculto”. Entonces la religión dejaría de ser tal y se convertiría en "negligión"...

jueves, 12 de noviembre de 2009

Sobre las prácticas absurdas e irracionales

Entrada no tan breve. Uno de los “cientos” de comentarios dejados me ha invitado a reflexionar sobre el por qué etiquetar como absurdo e irracional un fenómeno social dado. Considero que la afirmación que no va acompañada de argumento se queda en el limbo de las opiniones, por ello, es prioritario insertar una breve argumentación al respecto.


No con facilidad se tilda de absurda e irracional una práctica social, pues como muchas (que no todas) de las prácticas institucionalizadas forman un eje que conforma y estructura a nuestra sociedad. Sin embargo, desde luego que se ha vuelto una práctica superficial y alejada de su finalidad intrínseca, lo cual, por definición es absurdo. Realizar la acción "x" con la finalidad declarada de alcanzar el objetivo "y" a pesar de saber que dicho objetivo no se alcanza a través de "x"… Esto es absurdo. ¿Qué ser es aquel que recorre un camino esperando alcanzar un punto fijo, aun sabiendo que dicho punto no es el destino del camino elegido? El ser que se guía por el rumbo de la manada ignorando a la razón. Como decía Sartre, el pensamiento de grupo es en sí mismo la renuncia a la razón.

¿Cuáles son estas prácticas institucionalizadas? El matrimonio es una, pero ahí está su contraparte, el divorcio; las múltiples celebraciones huecas y banales (desde navidad hasta… el día del “trabajo”); la religión; la tolerancia; las buenas maneras… En fin, ya habrá tiempo de abordarlas y analizarlas. El punto es que el ser humano ha perdido el sentido de orientación al verse rodeado por este constructo imaginario que lo irracionaliza, además de cosificarlo y entumecerle el sentido heroico de la existencia. Y todo esto, si nos preguntamos por el verdadero sentido del Hombre y de su Ser, es muestra de irracionalidad, de, como diría Oswald Spengler, la decadencia de Occidente (no porque Oriente esté mejor, sino por el eterno eurocentrismo). Pero ya habrá tiempo (también) de acercarnos a ese verdadero sentido del Hombre y de su Ser.

¿Uno de los efectos de estas prácticas institucionalizadas? La tolerancia: uno de los más terribles males de nuestro tiempo. Toleremos esto, aquello y lo otro, pues su postura es tan válida como cualquier otra. ¡Subjetivicemos al mundo, pues en gustos se rompen géneros! El mundo es objetivo en sí mismo, es nuestra mirada temerosa, cobarde o superficial la que crea el maremágnum de opiniones, y, no faltaba más, una justificación para cada una. De ahí la necesidad de describir al mundo, de desnudarle en su miseria. De acercarse fenomenológicamente a lo que es, y dejar de lado aquello que está minando el verdadero sentido del Hombre y de su Ser.