miércoles, 4 de mayo de 2011

La Envidia

No hace mucho, escuché que la envidia era mala. Lo dudé. Aquí explico por qué. Según la Real Academia Española el vocablo envidia tiene dos definiciones: tristeza o pesar del bien ajeno, y emulación, deseo de algo que no se posee. Esto nos indica que envidia se puede entender en un sentido pasivo y otro activo. El sentido pasivo, que es el único que puede considerarse como negativo, nos dice que el bien del otro debe sumirnos en la desdicha ante el infortunio propio. Naturalmente, esta postura conlleva un derrotismo, una debilidad de espíritu, una carencia total de voluntad, y el centro mismo de la idea no es la envidia, sino nuestra reacción pusilánime.

Otro es el caso de la definición activa de envidia: “Emulación, deseo de algo que no se posee”. ¿Cómo existiría el progreso si no es por una meta que alcanzar? ¿Cómo podríamos trazarnos metas cada vez más altas si no es a través del desear aquello que no poseemos? Desear aquello que no poseemos es no sólo correcto, sino natural al ser humano. A diferencia de las demás especies animales que viven igual a como lo hacían hace cinco mil años (el león sigue cazando en la sabana, la ballena sigue comiendo plancton, las aves siguen migrando, las abejas siguen viviendo en panales…), el hombre acumula conocimiento, modifica su realidad, crea mejoras ante las contrariedades que se le presentan. Y todo esto, porque deseamos, porque soñamos con lo que aun no tenemos, porque envidiamos. Porque ponemos la mirada en aquello que se nos escapa, de ahí el origen latino de “envidia”: in videre, poner la mirada en. La envidia activa es una virtud.

¿De dónde entonces el sentido tan peyorativo que se le da a la envidia? De la Iglesia católica, desde luego. Allá en el siglo IV, Evagrio el Póntico establecio ocho pecador capitales, reducidos a siete un siglo después por Juan Casiano. Esta lista -lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia- fue oficializada por el Papa Gregorio. en lo que respecta a la envidia, se entiende fácilmente por qué la Iglesia la institucionalizó como pecado: mientras que aquella acumulaba riquezas de forma depredadora, el feligrés se sumían en una miseria que la Edad Media y sus sistemas socioeconómicos políticos mostraban como naturales. Envidiar la riqueza de unos cuantos, su prosperidad, su holgura, era todo un riesgo... Un pecado.

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