martes, 27 de diciembre de 2011

Sobre la Eutanasia

Siguiendo en una tesitura de reflexión ética, me enfrento ahora a otro de sus típicos temas de debate: la eutanasia, término que viene del griego y significa buena muerte. Hoy en día es difícil definir el término pues presenta varias ambigüedades debido a que se ha dividido en, al menos, tres diferentes vertientes.
 
Por una parte, tenemos la noción de permitir la muerte de alguien, que hace referencia a cuando se rehúsa el inicio de un tratamiento médico cuando no hay una cura posible. Naturalmente, estamos partiendo de la idea de que es el paciente, en pleno uso de sus facultades quien decide y autoriza el rechazo de cualquier tratamiento (que por lo regular es invasivo y socaba la posibilidad de gozar de una vida plena). Ante esta primera forma de eutanasia, se suelen oponer dos grandes argumentos de cierto peso: que la medicina podría dar con una cura en el tiempo en que el paciente es tratado y su vida alargada; el otro es que un médico no puede rehusarse a tratar a un paciente. En el caso del primer argumento, se dice que un enfermo debe decidir sobre alargar una vida que considera penosa y/o dolorosa porque esas maravillosas instituciones, verdaderas almas de la caridad, que son las farmacéuticas, están en la afanosa labor de erradicar las más terribles enfermedades (no de lucrar con el sufrimiento ajeno) y, quizá, en algún momento, den con la cura que el paciente debería esperar postrado en una existencia carente de plenitud. El segundo argumento es como una versión kantiana de la labor médica. Aunque el paciente esté en contra, el médico debe buscar la manera de ayudarlo, porque es precisamente el médico el que decide el significado de “ayuda”. Sus vastos conocimientos en anatomía, farmacología, pediatría, patología, y un largo etcétera, los califica para definir el concepto que los demás deban tener de “ayuda”…
 
Una segunda vertiente es la muerte asistida, que consiste en tomar acciones directas para terminar con la vida de un enfermo que así lo ha solicitado. Es, en otras palabras, ayudar a que un enfermo se suicide. Partiendo de que el enfermo que lo solicita lo hace en pleno uso de sus facultades mentales y no como mero efecto de depresión, podemos visualizar cuatro argumentos en contra de este tipo de eutanasia: que solicitar una muerte asistida es irracional por definición; la muerte asistida es asesinato y matar va en contra de las leyes de Dios; la gran carga de quien asiste al enfermo en su suicidio; el mismo argumento ya revisado de que podrían encontrarse curas para los males que provocan tomar estas decisiones. El primer argumento es un ejemplo clásico de la polarización fanática que suele acompañar estos temas: “si yo elijo vivir porque es una gran bendición y algo maravilloso, todo aquel que elija lo contrario carece del uso de sus facultades racionales”; el deplorable subjetivismo que se universaliza por ignorancia pura. El segundo argumento, que podemos llamar religioso, da para muchas líneas, pero simplifiquemos: si hay una religión que verdaderamente se oponga al asesinato, no por meros decretos, sino a partir de actos, de historia, entonces no veo como contra argumentar. Pero curiosamente, este argumento suele ser usado por las feligresías de las más monstruosas religiones, aquellas que supuran fanatismo e ignorancia, aquellas que tienen siglos de rezago. Las teocracias musulmanas regidas por la Sharia condenan a muerte a mujeres adulteras o a homosexuales; el dios del Antiguo Testamento mandó matar a hombres, mujeres, ancianos y niños que estuvieran “ocupando” la tierra prometida… Y los judíos cumplieron servilmente. Y un tercer argumento es la carga de quien asiste al enfermo. Que no cualquiera podría hacer esta labor, es evidente, pero si quien la hace está convencido de que está respetando la libre decisión de un enfermo y actúa por piedad, no veo qué carga sea aquella que habrá de soportar. ¿Cuántas veces no sucede esto en la guerra? El soldado que mata a su camarada herido de muerte para evitarle sufrimiento. Además, la muerte asistida podría despersonalizarse, de forma que el enfermo tome la decisión y termine con su vida mediante dispositivos mecánicos ya instalados; la siniestra figura del verdugo no es un requerimiento sine qua non.
 
La tercera vertiente es el asesinato asistido que podemos definir como terminar la vida de un enfermo sin su consentimiento. Aquí hay dos argumentos que se le oponen: la violación directa al principio de vida y el precedente de alguien decidiendo por la vida de otra persona. En el caso del asesinato asistido, y dada la falta del consentimiento del enfermo (incluso si es un enfermo en fase terminal o un coma profundo sin posibilidades de salir de ella), no veo como se pueda argumentar a favor. Ni la misericordia por los “muertos en vida”, ni las cargas financieras o emocionales parecen argumentos sólidos. Únicamente representan el bienestar del egoista: aquellos que quieren percibirse como misericordiosos ante los ojos de no sé quién o aquellos que quieren paz emocional o financiera. Salvo que haya una indicación explícita y legal que permita el asesinato asistido en caso de algún desafortunado siniestro en que la víctima se vea incapaz de tomar esta decisión libremente (y en tal caso el asesinato asistido sería técnicamente muerte asistida), esta tercer vertiente no parece éticamente correcta.
 
Tomando todo esto en cuenta, creo que la eutanasia, en base al respeto a la libertad de la persona, debe ser legalmente aceptada en sus dos primeras vertientes y, observando lo ya referido sobre el asesinato asistido, este también debería ser legalizado. Una sociedad que rinde culto a la muerte, pero que su moralina rechaza la eutanasia… Vaya ironía.

martes, 20 de diciembre de 2011

Sobre la Pena de Muerte (rectificando)

La pena capital o pena de muerte aún existe en muchos lugares del mundo. Desde el decadente Estados Unidos hasta las teocracias del Islam, hay leyes que permiten castigar con la muerte ciertos crímenes. Esto hace que el tema no deje de tener importancia desde diferentes ámbitos: legal, ético, social, político, etc.

No veo ninguna utilidad en demandar, pensando concretamente en México, la legalización de la pena de muerte, pues creo que es un acto de irreflexión, ingenuidad y simpleza mental. He escuchado sus argumentos: “cuando una parte del cuerpo ha muerto, debe eliminarse para que no muera el cuerpo entero”. Y aunque la analogía entre le cuerpo y la sociedad no deja de ser sugerente, ignora completamente la circunstancia en que tal necrosis se ha dado. También apelan al sentimentalismo, excelente recurso cuando ya no hay argumentos: “cuando algún ser querido sea víctima de un secuestro o asesinato, entonces lo comprenderás”. La pena de muerte debería ser justicia, no vendetta.

Quitando del camino a los defensores carentes de agudeza mental, debemos pensar qué pasaría si en México hubiera pena de muerte. El sistema legal, como ya todos lo sabemos, es corrupto desde su mismo centro hasta la más externa de sus capas, por lo que se convertiría en una herramienta más para el uso de impartición de injusticia. Inocentes sentenciados a la inyección letal por la prevaricación del sistema sería el pan de cada día.

Pero hay otro motivo por el cual debemos rechazar la pena de muerte en nuestro país, bajo las condiciones en que se encuentra: el sistema es incapaz de proporcionar educación de calidad a su población (vaya, la educación pública se encuentra secuestrada por una cacique neofeudal); es incapaz de crear empleos de calidad y que no sean eventuales (y eso que estamos cerrando el sexenio del candidato del trabajo); es incapaz de independizar sus políticas financieras y económicas para invertir en los rubros que el pueblo realmente necesita; es incapaz de dar seguridad a una población en creciente inconformidad; es incapaz de gobernar para nadie más que las élites, los influyentes. Por todas estas carencias del sistema, del establishment mexicano, la pena de muerte se convertiría en un flagelo más, en otra fuente de injusticias como tantas ya hay hoy en día. A fin de cuentas, sería como crear delincuentes para después matarlos. Pero si el sistema no estuviera hecho para fabricar delincuentes y viviéramos en una sociedad en que existe un verdadero compromiso por la prevención del delito (desde sus cimientos mismos como sociedad y no desde los medios de comunicación, como hoy en día), entonces sí debería legalizarse la pena de muerte ante determinados crímenes.

¿Y la ética? El comportamiento ético requiere de la sociedad, del comportamiento social; y si un elemento de la sociedad ha incurrido en crímenes tan deleznables, tan grotescos e inhumanos, no veo por qué: a) el individuo deba ser juzgado como un igual (y por ende éticamente), y b) al segregar a un elemento no ético, la eticidad del grupo se vea menoscabada o afectada en forma alguna. Creo que si se ha eliminado el peligro de reducir la justicia en venganza, el ojo por ojo seguirá teniendo vigencia.

Y con todo esto dicho, no deja de ser tentadora la idea de juicios sumarios y pena de muerte para los criminales que hoy en día azotan a la nación… a fin de cuentas, si no hay poder humano que los rehabilite para vivir en sociedad, entonces regresémoselos a Dios con un sonoro: “¡No, gracias!”.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Sobre la Navidad

Se acerca la época más bella del año. Momento de celebraciones y buenos deseos. Familia y buenos amigos. Reflexiones sobre el año que se ve y el que viene. Reflexiones sobre Jesús y el profundo significado de su nacimiento. Porque de ahí justamente viene el nombre de navidad – natividad: el nacimiento de Jesús. Que por cierto, fue milagroso. No todos los días una virgen da a luz, aunque tampoco crean que nunca ha pasado esto.
Mutemuia, que dio a luz al faraón Amenofis III alrededor de 1400 años antes de Cristo, la madre – virgen de Gilgamesh (2650 años a.C.). Dafné, madre de Perseo. Rómulo y Remo, también paridos por un virgen. Ixquic, madre virgen de Hunahpu e Ixbalanqué, los gemelos del Popol Vuh. Maia, que engendró a Buda. Hermes, Dionisos, Adonis, Agni, Mitra, Krishna… Todos hijos de madres vírgenes.

Bueno, quizá no importe si su madre era o no virgen; lo que importa es el gran mensaje que nos vino a dar y, por ello, hemos de celebrar su nacimiento que acaeció entre el 24 y el 25 de diciembre hace poco más de dos mil años. ¿O no fue así? Porque antes de la venida de Jesús al mundo, los latinos ya celebraban la Saturnalia, una festividad en honor al “regreso del Sol invictus” o, como diríamos hoy día, el solsticio de invierno que es, precisamente, el 25 de Diciembre: las noches se van haciendo más cortas y los días más largos. ¡Vaya coincidencia entre las fiestas de los romanos y los designios de Dios! Curiosamente, una vez que el cristianismo se impone como institución de poder y control, obtuvo un gran beneficio al mantener las mismas fechas para celebrar, sólo que cambiando algunos nombres (en lugar de Sol invictus, Jesús de Nazaret, por ejemplo).

Tampoco deja de ser curioso que en una gran cantidad de mitos anteriores al cristianismo se hable de señales celestes, magos y reyes visitantes, pastores, ángeles cantores, animales benefactores, un rey persiguiendo al niño divino… Buda, Krishna, Mitríades, Julio César, Enéas, Confucio, Moisés. Bueno, no importa si la natividad es sólo un mito del cristianismo, no deja de ser un bello mito por todo lo que hoy significa.

Que el índice de suicidios se dispara en estas épocas navideñas; que es una época de consumismo, dónde se le rinde culto al dios dinero; que más que dar amor, se espera recibir presentes materiales; que lo poco que queda de aquel mito de la natividad se va diluyendo en la grotesca mercadotecnia del regordete Santa Claus; que las reflexiones se limitan al “cómo saldré adelante el próximo año” o “bebamos y comamos que el Guadalupe-Reyes se nos va”…

La navidad no es más que otro momento para evadir nuestra realidad y celebrar nuestra miseria en el consumismo, el hedonismo, la superficialidad… Máscaras de alegría para una sociedad que necesita nuevos mitos.