viernes, 6 de enero de 2012

Sobre el Establishment: un Gobierno Mundial

El Hombre ha demostrado, a lo largo de la Historia, que exige el reconocimiento de los demás Hombres. Reconocimiento de su valía, de su dignidad como ser humano. El ser humano es el único que desea el deseo de sus congéneres. El Hombre busca la libertad como forma de expresar su propia dignidad. Esta dignidad será respetada a cada Hombre en tanto existan principios morales que guíen nuestras decisiones. La Humanidad abandona la animalidad en tanto que es capaz de obedecer reglas morales que se impone a sí misma. La evolución de la Humanidad se dará en la medida en que se desenvuelva de acuerdo a normas morales, normas que engloben a toda la humanidad. De esta forma los individuos y los pueblos, autodeterminando su curso en la Historia, encontrarán el respeto mutuo a sus derechos fundamentales. Derecho a la vida, a la libertad, a la dignidad.


Hoy, sin embargo, el curso de la Historia parece otro.

Actualmente, fuerzas no oficiales, difícilmente reconocibles, nunca responsables, son las que determinan los destinos de los pueblos. Y desde algún lugar extienden sus designios, siempre omnipresentes, siempre encima de nuestras cabezas. Son estas fuerzas las que nos proporcionan ideales y palabras de orden, razones de odio y de lucha, armas y, ante todo, dinero.

No es que los hombres, los pueblos, las razas, las iglesias, las clases, las facciones no se levanten espontáneamente en odio y en armas el uno contra el otro. Cierto que lo hacen. O que no tengan jefes y jerarquías, e ideales propios. Cierto que los tienen. Pero la diferencia respecto al pasado es que a los múltiples y eternos factores de historia: intereses constantes, civilizaciones antitéticas, orgullos nacionales, ambiciones de los jefes, agresividad de minorías, hambre, sobrepoblación, exigencia de independencia, instinto territorial, deseo de poder, se les ha añadido desde hace tiempo, un factor nuevo y más poderoso que todos, colocado fuera y por encima del conjunto de los otros: un poder que entre las fuerzas que se agitan, que emergen, que hierven sobre la corteza de la tierra, elige, como hace el titiritero, quién debe vencer y quién debe perder. Un verdadero Gobierno Mundial, tangible y no imaginario.

Un grupo de hombres que, imitando al titiritero, cataloga al resto de la Humanidad como títeres. Son los hombres de la gran finanza internacional. Lentamente, incesantemente, sapientemente han tejido los hilos de su impalpable red. Esta red, que aunque desigual, abarca todo el planeta. Red que obtiene su poder gracias a la gran influencia que produce el dinero.

En los países democráticos el hilo es breve y directo, y el títere está inmediatamente bajo la sombra de la mano: estos países y estos pueblos los manejan ellos desde adentro. En los países que no tienen democracia liberal se extienden en cambio hilos más largos, indirectos, hilos pacientes que envuelven pueblos y gobernantes desde el exterior, a la espera de poder apretar el primer nudo en el corazón del sistema político en cuanto apenas una oposición interna, una cualquiera de las componentes de la naturaleza dialéctica de toda sociedad, proporcione las premisas para el nacimiento de facciones, de “poderes separados”, de la pseudo democracia.

Viceversa, contra los países que ellos no logran ni siquiera enmarañar en los hilos de la dependencia económica y de la asimilación cultural, son movilizadas las demás naciones, a fin de que, si no con la persuasión con la fuerza, todos acaben envueltos, penetrados, maniatados por el nudo de la red.

Es el poder que otorga el dinero, entronado en la cima de la Historia, el dios de una nueva humanidad. Aquellos quienes disponen del poder económico escogen un país, o un grupo de países, para convertirlos en base de operaciones, dando a estos países la ilusión de ser ellos los dominadores. Al contrario, son los dominados totales. Son los sicarios, los hombres de confianza que el poder abandonará en su fría lógica cosmopolita, después de haberlos explotado y llevado al declive, para irse a países en ascenso, favorecidos por la riqueza de recursos, por espacios de inversión y de consumo, por su virginidad de experiencia histórica.

Lo ha hecho con Francia, con el Imperio Británico, con EEUU; finalmente, hoy, el mundo entero, de la mano de la globalización. Globalización como imposición imperialista y no como integración solidaria. Hoy América y la Doctrina Monroe ya no son suficiente como base de operaciones para el Gobierno Mundial, ni instrumento adecuado para sus designios y su potencia. Se procede pues a la Gran Alianza. Por lo demás, todo está listo, comenzando por la mesiánica expectativa del mundo.

Tras la Guerra Fría, tras las guerras “por poder” entre pueblos pobres como pretexto para aumentar las tensiones, tras la guerra para hacer subir los precios del petróleo, guerras que muestran al mundo atónito la potencia terrorífica de las armas de hoy. Tras todo esto se incrementa el ansia de paz a cualquier costo, aun a cambio de la libertad, entre los pueblos y los individuos.

Termina la incubación, estalla la paz. La felicidad para todos está a la vuelta de la esquina. Parece, de verdad, que la humana estupidez ha alcanzado su apogeo.

En los dos últimos siglos siempre ha estado presente el determinante poder de las cúpulas financieras. Los títeres quizá no lo hubiesen querido, tal vez no lo entendían, casi ciertamente creían ser libres y combatir por sus propios sueños e intereses. Pero no lo eran, y combatían por los designios, por los sueños, por los intereses del Gobierno Mundial.

Hay hombres que deciden por nosotros y que deciden sobre nosotros. De nosotros como individuos, de nosotros como pueblos. Actualmente nos queda claro que estos hombres no son los Obama, ni mucho menos los Calderón, sino los jefes conciliares de las grandes familias financieras: Fundaciones que disfrazan los monopolios, el Consejo de Relaciones Exteriores que se impone a la política mundial, la Reserva Federal con total independencia del gobierno estadounidense, el FMI, el BM, la Comisión Trilateral, las conferencias Pugwash, el grupo Bilderberg...

Hileras de colaboradores estipendiados, de políticos dirigidos por ellos, de economistas premiados por ellos, de académicos consagrados por ellos, de científicos expertos subvencionados por ellos; todos estos constituyen los cuadros de élite de su armada de ocupación.

Al viejo colonialismo manu militari lo han reemplazado con el imperialismo económico, bien camuflado bajo ropajes humanitarios y democráticos y, naturalmente, mucho más redituable que el primero.

Estos ropajes humanitarios han provocado que la máquina del convencimiento esté hoy tan bien aceitada que toda la cultura contemporánea –de la filosofía a la literatura, de la historiografía a la prensa cotidiana, de los programas televisivos al cine y a la escuela- en sus líneas fundamentales o tendenciales, obedezca a las leyes del conformismo más supino. Todo gira en torno a una plataforma ideal con democracia partitocrática y economía de mercado como pilastras necesarias. Las opiniones que realmente difieren son condenadas al ostracismo o tachadas de anacrónicas. Y como punto culminante, esta plataforma ideal lleva un estandarte con la moral de los derechos humanos como insignia superior.

Pero ¿cuáles derechos humanos? ¿Hasta qué punto son respetados? ¿Abarcan los derechos humanos a toda la humanidad? En 1776 estalló la revolución estadounidense enarbolando los derechos del hombre. Se independiza EEUU de Europa arguyendo la igualdad del ser humano. Años atrás Descartes había dicho que todo hombre, sin excepción, era igual, debido a su razón, esa capacidad que distinguía a la humanidad de la animalidad. Todos los hombres son racionales, y, por serlo, iguales entre sí. “Sostenemos como verdades evidentes –dice la Declaración de independencia de EEUU- que todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere su creador ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Sin embargo, se hizo evidente que esta Declaración fue válida sólo para los colonizadores blancos de EEUU.

Todos los hombres son igualmente racionales, sin embargo, por la educación, por el ambiente en que se ha crecido, el hombre, como individuo, es distinto de otros individuos. Todos estos accidentes que rodean y recrean la vida del hombre diversificándolo del resto, se convertirán en un nuevo argumento para fomentar la opresión y con ello, la manipulación de los débiles. Pues estos accidentes, se dirá, afectan la capacidad de razonar. Los hombres son iguales por tener razón, pero son distintos por su capacidad en el uso de la misma.

Bajo este pretexto se crea, en 1823, la Doctrina Monroe, principio de la política exterior de EEUU de no permitir la intervención de las potencias europeas en los asuntos internos de las Naciones de la América Latina. América para los americanos, decían en EEUU; América para EEUU, decían los creadores de la Doctrina Monroe. América se convertía así en el pozo que saciaría la sed imperialista de la nueva sede del Gobierno Mundial. La Doctrina Monroe evidenció la parcialidad de los derechos humanos defendidos por los revolucionarios estadounidenses. Sobre dicha Doctrina dijo Lázaro Cárdenas:
La Doctrina Monroe nunca fue reconocida ni pudo serlo por México ni por las demás naciones de la América Hispana; mientras fue sólo la expresión de una política unilateral que los Estados Unidos impusieron, con el doble propósito de excluir de este continente a los países de Europa y de defender sus propios intereses en América. Tal doctrina llegó a convertirse algunas veces en pretexto de intervención.
En 1904, el presidente de EEUU, Theodore Roosevelt, sin ningún escrúpulo proclamó el derecho estadounidense a ejercer en América Latina funciones de policía internacional y a interferir en los asuntos internos de los países latinoamericanos. Era evidente que en América no se veía por los derechos de la Humanidad. Tras las guerras mundiales se hizo patente la necesidad de defender los derechos humanos, aunque solo fuese en tanto que no afectaran los ya nacientes planes de mundialización.

En 1948 se proclamó entonces la Declaración Universal de los Derechos Humanos por medio de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Ahora, con la estricta supervisión de la ONU, estos derechos propiciarían el fin de la marginación, la miseria, la tiranía, la opresión...

En el preámbulo de esta Declaración, se considera como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias. Asimismo se considera esencial promover las relaciones amistosas entre las Naciones. Se habrá de respetar la dignidad y el valor de la persona humana, la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se fomentará el progreso social y el crecimiento del nivel de vida dentro de un concepto más amplio de libertad.

A pesar de todos estos compromisos asumidos en pro de la humanidad, la verdad es que se cumplen en la medida en que benefician los intereses del Gobierno Mundial. Se defenderán los derechos del hombre, siempre y cuando no obstaculicen los intereses económicos de las cúpulas financieras. Esta Declaración es la más evidente muestra de la doble moral del Gobierno Mundial, el cuál, comandado por los jerarcas de las altas finanzas no tiene la más mínima intención de reconocer la igualdad de derechos para la Humanidad.

Es la doble moral del Gobierno Mundial la que permitió la intervención en el Golfo Pérsico por el interés en el petróleo, e impuso un bloqueo que impidió la entrada de medicinas a la zona castigada. Esta falta de medicamentos produjo la muerte de niños y ancianos. Muertes que se justifican por la amenaza que significó el gobierno de Hussein. Es la misma doble moral la que promete ayuda a las naciones subdesarrolladas, pero a cambio de hipotecar su soberanía. Reciben préstamos para atenuar sus crisis, pero no están en condiciones de pagar siquiera los intereses, lo que crea nuevas crisis y deja a estas Naciones a la total disposición de sus prestamistas. Prestamistas que saben el redondo negocio que resulta de tratar con Naciones pobres. Prestamistas que siempre son los mismos: el FMI, el BM, o la Federal Reserve. El mismo FMI que determinó qué políticas económicas puede aplicar el gobierno mexicano y cuáles no al iniciar cada sexenio. El mismo BM que, a través de préstamos controla los servicios sociales de diversas naciones, limitando y vigilando la función social del Estado. La misma Federal Reserve, de la que Wright Patman, miembro del Congreso de EU, dijo: “En los EU tenemos hoy en realidad dos gobiernos[...]tenemos el gobierno legalmente constituido[...]y también tenemos, en el Federal Reserve System, un gobierno independiente, incontrolado, no coordinado, que ejerce aquellos poderes monetarios que la constitución reservaría al congreso”.

Así los derechos humanos son relegados por el interés del Gobierno Mundial. Interés que apunta a la globalización, cúspide del colonialismo. Para que los Derechos Humanos sean respetados, es necesario pasar de la relación de dependencia y sometimiento entre naciones e individuos a una de solidaridad. Defender los derechos humanos no por intereses económicos como pasó en Libia, o intereses político estratégicos como pasó en Panamá o Guatemal, sino por el interés mismo de la humanidad, en tanto que por ser diversa posee los mismos derechos. Humanidad que ya no puede seguir sufriendo más marginación. Lo que nos lleva a pensar que nosotros mismos, los títeres, hombres del llamado tercer mundo pecamos de indiferencia ante los Derechos del Hombre. Para que éstos sean respetados ¿es necesaria la imposición de un modelo económico político a escala mundial? No lo creo. Tanto entre individuos como entre Naciones debe existir el respeto a la diferencia. Diferencia que fortalece la igualdad. Igualdad sin importar sexo, clase social, religión. Una igualdad basada en diferencias que, a fin de cuentas, crean el rico entramado cultural que conforma a la humanidad. Autodeterminación de los pueblos para elegir libremente su política, su economía y para apegarse a su identidad. Es inaceptable el neocolonialismo que ejerce el Gobierno Mundial despojando al hombre de eso que lo hace hombre, su humanidad, convirtiéndolo en instrumento de sus decretos e imposiciones. Imposiciones expresadas en la globalización.

La globalización plantea como modelo a seguir la democracia liberal, y la economía de libre mercado. Se nos dice a las naciones llamadas subdesarrolladas que para alcanzar, no sólo el desarrollo económico, sino también el respeto a los derechos humanos, es necesario copiar el modelo estadounidense. La democracia liberal como panacea mundial. Y para acceder a esta democracia es preciso imitar también el culto al individualismo, que se deriva de la corrupción del principio de la libre competencia darwiniana.

Los países del llamado tercer mundo no deben imitar el sistema que EEUU nos ofrece como solución a nuestros problemas. México no puede volver a cometer el mismo error del siglo XIX en que el grupo de los científicos copió el positivismo con la idea de ser los yanquis del sur. Es posible el crecimiento y el desarrollo sin negar nuestra identidad, podemos entrar en el desarrollo pero no a costa de los millones de pobres que conforman el estrato marginado de nuestra Nación.

El progreso, el bienestar debe ser para todo mexicano, para todo latinoamericano, para toda la humanidad. ¿Es la democracia liberal el único modo de aspirar a ello? No necesariamente, como nos lo han demostrado los países del sudeste asiático. El gobierno debe ser acorde con la identidad de la Nación. No porque en EEUU se haya impuesto la Democracia liberal, significa que el sistema es la panacea mundial que pone fin a la Historia, como lo afirmó Fukuyama. Ya nos decía Simón Bolívar: “¿Acaso Montesquieu no nos dice en el Espíritu de las Leyes que estas deben ser propias para el pueblo que las hace? Que sería una gran casualidad que las leyes de una Nación puedan convenir a otras; que las leyes deben ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, extensión, al género de vida de los pueblos, referirse al grado de libertad que la Constitución puede sufrir, la religión de sus habitantes, a sus habitantes, a sus riquezas, a su comercio, a sus costumbres y modales. ¡He aquí el código que deberíamos consultar y no el de Washington! El pueblo de los EEUU es un pueblo único como son todos los pueblos y por ello imposible de imitar, lejos de sernos favorable pienso que sería nuestra ruina”.

Para que se acabe la marginación en que se tiene a gran parte de la humanidad es preciso plantear nuevas categorías. Categorías que abarquen a todos y a cada uno de los hombres, sin importar sus diferencias, pues son estas las que conforman el conjunto que denominamos humanidad. Conjunto mucho más fácil de observar en una vista panorámica que hace milenios y sin embargo mucho más fácil de oprimir y sojuzgar. El hombre ya no puede seguir viendo por sus propios intereses a costa de los diferentes, de los prescindibles, de los marginables. Y sin embargo, por irónico que parezca, dentro de los marginados, entre nosotros, se impone el mismo principio egoísta, se impone la lucha y la consecuente supervivencia del más apto. Nos estamos automarginando al copiar modelos que no nos pertenecen. Mientras individuos marginados luchan entre sí para que el vencedor descubra que seguirá siendo un marginado; mientras pueblos pobres se aniquilan mutuamente para descubrir que la pobreza y marginación es a lo más que aspiran; mientras todo esto pasa, el Gobierno Mundial goza viendo como sus títeres siguen creyendo en los principios que les ha proporcionado.

Basándonos en la lucha por descubrir quién es el más apto jamás existirá equilibrio entre individuos ni entre Naciones. Jamás habrá respeto al prójimo, ni se le respetarán sus derechos como Humano. Derecho a la vida, a la libertad, a la dignidad. Dignidad que han convertido en mito.

La tendencia general de la ciencia natural moderna y de la filosofía ha consistido en negar la posibilidad de decisiones morales autónomas y en comprender la conducta humana en términos de impulsos subhumanos y subracionales. El hombre, como producto del azar, es diferente cuantitativamente, pero no cualitativamente, de la vida animal de la que procede. Se nos asegura que el hombre es un producto de condicionamiento social y ambiental, y que la conducta humana, como la animal, funciona de acuerdo con leyes deterministas.

El hombre autónomo, digno, capaz racionalmente de seguir las leyes que ha creado para sí mismo, ha sido reducido a un mito. El hombre es arrastrado hacia la animalidad, y con esto, se convierte en presa fácil de dominar. Unos cuantos se benefician de nuestra renuncia a la dignidad. El hombre es llevado a la involución, homogeneizado entre sí, convertido en estadística y no en un ser de carne y hueso. Toda la humanidad convertida en un solo rebaño. Todos desean lo mismo, ganancia material y la satisfacción de una miríada de pequeñas necesidades del cuerpo. Todos son lo mismo.

El títere se preocupa por la salud y el bienestar de su cuerpo, dejando las cuestiones morales como una curiosidad del pasado.

Los individuos y las naciones deben buscar el desarrollo, la superación, pero no a costa de los demás, sino a partir de sí mismos, a partir de la propia experiencia; es indudable que existe una responsabilidad ética de la filosofía frente a los problemas mundiales; debemos superar las actitudes academicistas y tomar una actitud crítica frente a los nefastos efectos del sistema mundial vigente. Aunque todavía no tengamos categorías adecuadas para sobrellevar la mundialización, es preciso insistir sobre los valores éticos, defender los principios de solidaridad y defender los valores espirituales.

Sin embargo mientras aquellos hombres que juegan a ser titiriteros mantengan su posición imperialista; mientras nieguen la igualdad de derechos de toda la humanidad y utilicen a ésta para sus fines; mientras nosotros, los títeres, no nos percatemos de la existencia de las cuerdas que guían nuestros movimientos; mientras no nos cansemos de ser la atracción principal de una grotesca feria en la que el titiritero se lleva toda la ganancia; mientras todo esto siga igual, tendremos que seguir siendo comparsas de una Historia que unos cuantos escriben con la sangre de millones de marginados, que, con ojos ciegos y oídos sordos, aguardan por un nuevo titiritero, sin darse cuenta que pueden dejar de ser títeres y convertirse en lo que una vez fueron y olvidaron cómo ser, Hombres.

1 comentario: