lunes, 7 de febrero de 2011

Más allá de Waterloo

Entre 1799 y 1815 Europa presenció un acontecimiento sui generis: un solo hombre se hizo con el poder en la mayor parte del continente. Dicho hombre, Napoleón Bonaparte, fue el producto de la Revolución Francesa e irónicamente, también de la Ilustración, y tres semanas antes de su muerte escribió: “muero prematuramente, asesinado por la oligarquía inglesa y su matón a sueldo” (Ang 1993:124). Estas palabras reflejan no sólo el final de su vida sino también el fin de lo que se ha llamado Era Napoleónica. Sobre las causas de fondo que provocaron el fin de esta Era indagaremos en las siguientes líneas.

Cuando se piensa respecto al fin de la Era Napoleónica comúnmente se piensa en tres grandes eventos que lo desencadenaron inevitablemente: la derrota en Rusia, la derrota en Waterloo y la megalomanía de Napoleón mismo. Sobre este último aspecto hay que decir que es aventurado calificar a Napoleón de megalomanía sin tomar en cuenta que su ejercicio de poder se combinó con la posibilidad efectiva de extenderlo indiscriminadamente. La extensión del territorio que controló no da pie al adjetivo megalómano, sino las intenciones de fondo que lo llevaron a buscar el poder, y esto es muy complicado de esclarecer.

Respecto a sus dos más sonados fracasos militares, es indiscutible que tuvieron un enorme peso en el destino de Napoleón. La fracasada invasión invernal a Rusia terminó por desmoralizar a sus tropas, muchas de las cuales jamás regresaron con vida de la operación. Dadas estas circunstancias, el regreso a París no fue acompañado de una calurosa bienvenida: el pueblo le daba la espalda al emperador. Por otra parte, la derrota en la batalla de Waterloo es considerada como el evento que pone fin a la Era Napoleónica, pero no reside ahí la causa o las causas de dicho fin. La batalla de Waterloo fue el inevitable y fatal acontecimiento consecuencia de una serie de eventos desafortunados (sin relación alguna con el film).

Un hecho acontecido en la batalla de Waterloo nos dará un primer indicio. En esta batalla Napoleón enfrentó a los ejércitos del duque de Wellington y del mariscal Blücher; el primero tenía bajo su mando un ejército multinacional, el segundo comandaba a las fuerzas prusianas. Ante estos dos adversarios Napoleón hizo lo impensado: terribles errores estratégicos en el ámbito militar, a pesar de que había dado pruebas abundantes de su genialidad en el mismo. En la obra Secretos y Misterios de la Historia, se dice que

Años después [de la batalla de Waterloo], su hermano Jerónimo reveló que el día de la batalla Napoleón sufría de fiebre, cistitis y hemorroides, agravadas por las largas horas de cabalgata. Los testigos comentaron el letargo y torpeza del emperador durante la campaña; quienes tenían mucho tiempo de no verlo se sorprendieron por su gordura y de lo avejentado que parecía, a pesar que sólo era tres meses mayor que Wellington. (427)

La derrota en Waterloo fue entonces la natural consecuencia de hechos más profundos.


Podemos identificar seis causas de fondo que debemos considerar al momento de analizar el fin de la Era Napoleónica. Estas causas, como veremos, se interconectan entre sí y van más allá de los tres eventos ya comentados (la megalomanía napoleónica, Waterloo y el invierno ruso).

Una primera causa es la defectuosa política del bloqueo continental. Napoleón intentó crear un bloqueo económico en contra de Gran Bretaña, de forma que ésta no podía comercializar con la Europa continental. De entrada sí se debilitó la economía inglesa pero, eventualmente, las economías europeas (como la holandesa y la rusa) sufrieron la carencia de productos que los ingleses distribuían en el continente. El bloqueo terminó por afectar a la Europa napoleónica creando descontento y, debido a ello, Rusia rompió dicha medida.

Este descontento producido por el bloqueo se agudiza al emerger en toda su fuerza los nacionalismos de inicios del siglo XIX. Sólo uno de los pensadores ilustrados, Jean-Jaques Rousseau, abogó con insistente premura sobre la importancia de la identificación de los pueblos con su pasado, su cultura, su lengua y sus tradiciones; así se sembró la semilla del nacionalismo. El resto de los pensadores ilustrados destacó la idea de libertad para los pueblos en oposición a las cadenas de la religión y las monarquías; la simiente de las revoluciones libertarias cayó en una Europa fértil. Naciones como España, Prusia, Baviera o Polonia, iniciaron revueltas y guerrillas en contra de las tropas napoleónicas. Las resistencias de signo nacionalista es nuestra segunda causa.

Íntimamente ligado a lo anterior, tenemos la tercera causa: el territorio del Imperio Napoleónico era ya demasiado extenso y cuando Napoleón dejó de ser visto como libertador y se convirtió en usurpador y tirano desde la perspectiva de los pueblos, las revueltas evidenciaron que el territorio era demasiado extenso como para mantener el orden y la paz. Esto sin olvidar la enorme fuerza con que las viejas casas reales azuzaban al pueblo para levantarse en contra de Napoleón; la monarquía, a fin de cuentas, aprovechó cada una de las debilidades del Imperio Napoleónico.

Mientras todos estos eventos se desencadenaban en la Europa continental, en Gran Bretaña aumentaba la enemistad con Napoleón, enemistad que era extensiva a los franceses y que se remontaba a la Edad Media. De forma constante, galos e ingleses habían mantenido ásperas relaciones debido a diferencias familiares, económicas, religiosas y geoestratégicas. Durante la Era Napoleónica, todos estos elementos se vieron exacerbados, creando un clima de fuerte enemistad. ¿Qué hechos rodeaban a la situación que prevalecía en Gran Bretaña? Sabemos que la monarquía inglesa despreciaba las nacientes ideas democráticas que promoviera la Revolución Francesa, pero es evidente que la monarquía inglesa, de tipo constitucional, ya tenía elementos que la hacía progresista en comparación con las continentales. Por otra parte, el camino que había tomado el Imperio Napoleónico era la negación misma de los ideales revolucionarios e ilustrados, por lo que había algo más elemental que empujó a Inglaterra a oponerse a Napoleón desde antes que éste emprendiera su bloqueo continental: las políticas financieras.

Fue Napoleón el primero en crear en Francia un banco central, el Banco de Francia. A diferencia de lo que sucedió en Holanda o Inglaterra, el nuevo banco no quedó en manos de los importantes financieros cosmopolitas que controlaban el sistema financiero europeo, sino que Napoleón se autonombró presidente vitalicio. Este hecho provocó reacciones hostiles de parte de los especuladores de las altas finanzas que, mediante el control de los bancos centrales iban haciéndose con importantes parcelas de poder. Napoleón, al oponerse a ello, se ganó su enemistad y perdió el crédito que con ellos tenía. ¿Por qué le retiraron su apoyo? Porque Napoleón decidió que la emisión de dinero no se hacía como préstamo al gobierno, sino de acuerdo con la producción agrícola e industrial.

La amenaza que Napoleón representaba para la cúpula financiera cosmopolita era razón suficiente para borrarlo del mapa estratégico europeo. Tomemos en cuenta que, incluso hoy en día, doscientos años después, seguimos viviendo en un mundo en que los dueños de las altas finanzas mantienen un fuerte poder político a través de su influencia económica (piénsese en la Federal Reserve estadounidense que maneja las finanzas del gobierno a pesar de estar controlada por privados). Todo esto nos hace comprender por qué Napoleón, de acuerdo a los hallazgos de Sven Forshufvud en 1978, fue asesinado con arsénico en su exilio en Santa Elena.

Todos estos motivos nos presentan a la caída del Imperio Napoleónico como algo mucho más profundo que unos fracasos militares y una muy comentada megalomanía, convenientemente apoyada por los enemigos de Napoleón. También nos revela que los factores económicos y financieros fueron clave en el desenlace de la Era Napoleónica, pues a fin de cuentas, de haber mantenido el apoyo financiero que llegó a tener, Napoleón se hubiera forjado otro camino.

Bibliografía:

Ang, Gonzalo. Secretos y misterios de la historia. Lo que los investigadores todavía buscan resolver. México: Reader’s Digest, 1993.

Borrego, Salvador. Supra Capitalismo. México: sin editorial, 1980.

Ellis, Elisabeth Gaynor y Anthony Esler. World History, EEUU: Pearson Prentice Hall, 2009.

Sherman, Dennos y Joyce Salisbury. The West in the World, EEUU: McGraw-Hill, 2006.








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